La comunicación es, además de un medio para la expresión e
información, un negocio. Las élites mediáticas buscan mover a grandes
masas siempre en pro de sus intereses, de su bolsillo. Según Denis MacQuail, la
masa era considerada en el pasado como una agrupación desorganizada y
manipulable; que recibía pasivamente el mensaje del receptor, pero ya se le ve
como consciente de sus decisiones y reflexiva frente a los contenidos que le
llegan. Sí y no.
La gente no actúa a manera de recipiente, no deja caer sobre
ella todo lo que le envían, pero, y aunque generalizar no sea quizá lo más
apropiado, tampoco hay un filtro muy fuerte que separe lo que sirve de lo que
no. Los medios de comunicación no son los monstruos manipuladores causantes de
la destrucción de la cultura y de la moral; no interfieren con el libre
albedrío y cada quien asume los diferentes mensajes según su contexto, aun así,
la capacidad de persuasión que tienen los gigantes de la información es importante
y consiste en un permanente bombardeo de modas, ideologías y productos que
llegan a personas en situaciones diversas, unas más débiles que otras frente a
la uniformización del pensamiento.
Por esto, la transformación de los comportamientos de la
sociedad en relación con los contenidos más populares, como los realities de televisión, no es responsabilidad
únicamente del medio, sino que lo es especialmente de quien transforma su
realidad sin una visión crítica de lo que recibe. La función de los medios de
comunicación no es la de ser evangelizadores de la razón y buenas costumbres,
ellos están hechos para hablar de todo y desde diferentes perspectivas, de lo
más light a lo
intelectual, depende del perceptor decidir qué creer, ver, leer, criticar y
aplicar.
Frente a esta situación, la educación se ha
convertido en un problema del que nadie quiere responsabilizarse. Es una piedra
en el zapato para el padre que sólo tiene tiempo para trabajar y no para
compartir en familia. Es una dificultad para la escuela que sólo la asume por
seis horas al día. Es un contratiempo para la universidad, quien asegura que este
trabajo ya debería estar hecho y ella sólo lo complementa con conocimientos
específicos. Es, muy especialmente, un lío para el individuo que se niega a
pensar, acusando de sus malos actos a terceros, como los medios de
comunicación.
La verdad es que tampoco se sabe lo que se
quiere. Quienes manejan un discurso público, como la televisión estatal, son culpables
de aburrir. Se limpian las manos
argumentando que están generando contenidos de importancia social, pero
si nadie los ve es como si no existieran. La otra cara la dan las
organizaciones dentro de las TICs que son privadas, quienes defienden su
derecho a generar los contenidos que quieran ya que es su dinero el que está
invertido, pero olvidan que independientemente de su trabajo, son integrantes
de la sociedad y por tanto es su deber ciudadano aportar al mundo algo útil.
Antes que pretender formar a los medios de
comunicación, hay que educar al ciudadano para que piense por sí mismo porque,
finalmente, las élites mediáticas están conformadas por personas que reflejan
lo que ellas han aprehendido en su contexto social.
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